Llegar a la ancianidad es un don divino. La ancianidad es el resultado de una suma de saberes y experiencias que se plasman en el cuerpo de una manera visible. Un pelo entrecano representa el legado que ha ido dejando de notas de color a cada paso y si el cuerpo presenta arrugas es porque se ha puesto al servicio del otro tantas veces que llegó mancillado al fin de sus días. Marcas del orgullo deberían ser, de haber vivido la vida con la intensidad, el compromiso y el amor con que les fue regalada.
Sin embargo, esas marcas de vida talladas en un rostro, en unas manos, en una mirada, hoy parecen ser muestras de perdición, de inactividad, y en una sociedad de producción constante, eso se considera un pecado.
Nada de eso. Pecado es no entender que un anciano es un libro abierto, que solo un abuelo puede completar ese importante ciclo de la vida para que, aprendiendo del pasado no se vuelvan a cometer los mismos errores y se intensifiquen los aciertos. La antigüedad veneraba la ancianidad, porque reconocía en ella un logro y un patrimonio de esos que llevan años obtener.
La defensa de los abuelos
Un abuelo debe ser defendido porque es el mejor amigo que un niño puede tener. Pocos siendo grandes pueden hacerse niños para que, desde su grandeza, se juegue, se mime y se cuide.
Un abuelo debe ser defendido porque es un compendio de consejos basados en la experiencia y si bien cada uno busca tener vivencias propias, nada como saber escuchar diversas inquietudes.
Un abuelo debe ser defendido porque es la base de la sociedad. Es el que un día decidió ser padre y dio paso a los mismos que luego pueden considerarlo un estorbo.
Un abuelo debe ser defendido porque una mirada tierna, sincera y abierta de algún anciano, puede ser la representación terrestre de un pedacito del cielo.
Los abuelos divinos
Joaquín y Ana fueron los abuelos de Jesús. Ellos, los padres de María, son así parte importante de nuestra Salvación. Y desde su recuerdo es que podemos sumirnos a nuestros propios abuelos, a los abuelos que la vida nos haya puesto en el camino o a los que la vida ha dejado en el camino sin nietos o hijos con quienes compartir su ancianidad.
A ellos un homenaje y una ferviente nota de respeto, cariño y admiración.