Ya sea grande, pequeña, dispersa o integrada, fortalecida en lazos y abierta al diálogo o cerrada y absorbente; la familia es la zona donde cada ser se constituye, donde se forja la personalidad y donde se determinan los valores que prevalecerán en la cada uno de sus integrantes el resto de sus días.
No importa la forma en que se constituya la familia. Siempre que haya un grupo de gente que
se reúna para compartir el amor, el nombre de “familia” estará presente y esa circunstancia es fundamental para la obtener la protección necesaria, la estabilidad emocional, la conformación de valores que son la siembra necesaria para que la institución perdure.
Octubre es el mes dedicado a las familias, a rezar por su bendición, fuerza y unidad.
El sentido de pertenencia que una familia brinda no tiene límite temporal y trasciende las fronteras espaciales. Es tal vez por ello que se suelen escuchar en los casos de integrantes de grupos filiares que por diferentes causas fueron separados de su entorno familiar que la sangre tira, que el instinto es el que hace mover en la recuperación de aquel nido que los forjó de pequeños.
Como no nos queda duda de que el maltrato durante la infancia deja huellas para toda la vida, también las deja –y más profunda y positivamente, ¡claro!– el amor del hogar.
¿Cómo lograr forjar una familia en una época en que todo parece dispersarse? ¿Cómo hacer central este lazo y transmitir ese sentimiento del bienestar que brinda la contención familiar a las generaciones venideras que lo único que fueron viendo es que los vínculos son lazos que se pueden destruir hasta por motivos insignificantes?
Sin duda hay que instaurar la preeminencia del amor y la conciencia de que, mientras cada uno cumpla el rol que dentro de la familia le toque, esa constitución será inseparable, porque nadie puede ocupar el lugar que uno deja vacante, porque cada uno es indispensable para que esa familia cierre, se articule y crezca en unidad.
Se ha escuchado por ahí decir que una familia es “una comunidad de amantes” y sí, es una gran verdad. Padres que amarán a sus hijos siempre, hagan lo que hagan, piensen como piensen. Los padres siempre tendrán, en el momento justo, una mano extendida para que su hijo tome. Hijos que aunque renieguen de ellos gustarán de volver, en algún momento, a resguardarse en las faldas de sus progenitores. Y lazos de amor por doquier para que se sustente la red que en torno a la familia se teje.
Cada integrante de la familia debe poner lo suyo para que todo vaya bien y si en algún momento algo se desorienta, se presentan distorsiones o conflictos, pensar que lejos de ese núcleo no habría sobrevida, que siempre volver al hogar es mejor que alejarse de él.
Y no olvidar la oración, herramienta tan valiosa. Porque como decía Juan Pablo II “una familia que reza unida, permanece unida”.